domingo, 4 de marzo de 2012

Eutanasia


     Etimológicamente la palabra eutanasia deriva del griego:   eu “bueno” y  thanatos “muerte”, que literalmente significa “buena muerte”. La Organización Mundial de la Salud (OMS) define la eutanasia como aquella “acción del médico que provoca deliberadamente la muerte del paciente”. Esta definición resalta la intención del acto médico, es decir, el querer provocar voluntariamente la muerte del otro. La eutanasia se puede realizar por acción directa, por ejemplo, proporcionando una inyección letal al enfermo, o por omisión,  no proporcionando el soporte básico para la supervivencia del mismo. En ambos casos, la finalidad es una sola: acabar con una vida enferma. La eutanasia pretende evitar sufrimientos insoportables o la prolongación artificial de la vida a un enfermo. Por ende, para que la eutanasia sea considerada como tal, el enfermo ha de padecer, necesariamente, una enfermedad terminal o incurable, y en segundo lugar, el personal médico ha de contar expresamente con el consentimiento del enfermo, y  de no ser esto posible, el  de sus familiares.  Sin  este consentimiento tal práctica sería simplemente un asesinato.
     La eutanasia es un problema antiguo en la historia de la humanidad en el que se ven enfrentadas concepciones éticas y morales diversas. Estos son algunos de los hechos históricos que han acontecido en un ámbito de conocimiento público.
    La historia nos señala que entre algunos pueblos primitivos se acostumbraba a matar o abandonar a los ancianos y a las personas muy enfermas. Así, entre los esquimales se practicaba una especie de “eutanasia voluntaria” y a solicitud del anciano o del enfermo se les abandonaba tres días en un iglú herméticamente sellado; pero por otra parte, existen antecedentes reveladores de que algunas sociedades primitivas se distinguieron por enseñar conductas que protegían e incluso privilegiaban a sus miembros ancianos.
      En los celtas, el propósito eutanásico era claro puesto que se daba muerte a los ancianos enfermizos. Así algunas pueblos antiguos y tribus salvajes, la práctica extendida imponía como obligación sagrada al hijo administrar la muerte buena al padre viejo y enfermo.
      En la antigua Grecia: la concepción de la vida era diferente. Una mala vida no era digna de ser vivida y por tanto ni  la eugenesia ni la eutanasia planteaban grandes problemas.  Así Platón en el Libro III de la República escribió: “…Por consiguiente, establecerás en nuestra República una jurisprudencia y una medicina tales cuales acabamos de decir, que se limitarán al cuidado de los que han recibido de la naturaleza un cuerpo sano y un alma hermosa. En cuanto a aquellos cuyo cuerpo está mal constituido, se les dejará morir y se castigará con la muerte a aquellos otros cuya alma sea naturalmente mala e incorregible”.  La excepción es Hipócrates  que prohíbe a los médicos la eutanasia activa y el apoyo del  profesional para el suicidio del paciente. Al respecto manifestaba:    “Dictaré según mi leal saber y entender prescripciones dietéticas que redunden en beneficio de los enfermos, y trataré de prevenirles contra todo lo que pueda serles dañino o perjudicial. No administraré veneno alguno, aunque se me inste y requiera al efecto, tampoco daré abortivos a las mujeres”.
   En Roma la eutanasia neonatal estaba autorizada legalmente  a través de la Ley de las XII Tablas donde el padre podía matar al nacer a los hijos gravemente deformes. La misma cultura eutanásica se reflejaba en la existencia de un depósito de cicuta a disposición de quien mostrase ante la corte la intención de abandonar la vida.
     La situación cambio durante la Edad Media en su enfrentamiento a la muerte y al acto de morir. Bajo la óptica de creencias religiosas cristianas católicas  el aborto, el suicidio y la eutanasia,  son considerados como “pecado”, puesto que la persona no puede decidir libremente de la vida, que le fue otorgada por Dios.  En la cristiandad medieval,  el arte de la muerte (ars moriendi),  es parte del arte de la vida (ars vivendi); por tanto, el que comprende la vida, también debe entender la muerte.  Así lo expresa uno de sus más conspicuos representantes, Santo Tomás de Aquino, en su  obra Summa Theologica, en la que rechaza la eutanasia por ser un atentado contra el amor que se debe uno mismo, contra la sociedad y contra la decisión de Dios sobre la vida del hombre.
     Este  pensamiento medieval se quiebra con el arribo de la modernidad ya que la perspectiva cristiana deja de ser la única y se redescubren y  discuten las ideas de la Antigüedad clásica. La vida y la muerte pueden ser logradas con el apoyo de la ciencia, particularmente de las ciencias naturales y de la medicina y sus tecnologías afines.
    Así aparecen filósofos que justifican el término activo de la vida, postura condenada durante la Edad Media.  En el año 1516, en su obra la Utopía, Tomás Moro,  presenta una sociedad en la que los habitantes justifican el suicidio y también la eutanasia activa, sin usar su nombre como tal.  En 1623, el pensador inglés Francis Bacon, es el primero en retomar el antiguo nombre de eutanasia y diferencia dos tipos: la “eutanasia exterior” como término directo de la vida y la “eutanasia interior” como preparación espiritual para la muerte. En su obra Novum Organum expresa: “De nuevo para insistir un poco más, considero que la misión del médico no consiste sólo en restaurar la salud, sino también en mitigar los dolores y sufrimientos, y no únicamente cuando ese alivio pueda conducir a la curación, sino también cuando pueda proporcionar, aun sin esperanza de recuperación, un partir de la vida más suave y tranquilo. Actualmente, en cambio, los médicos casi religiosamente cuidan a los enfermos incurables, cuando a mi juicio, si no quieren faltar a su misión y al deber de humanidad, deberían de aprender el arte de facilitar diligentemente una suave partida de esta vida. Llamamos a esta investigación  eutanasia exterior para diferenciarle de la interior que atiende a la preparación del alma, la cual consideramos muy deseable”.
    A  los inicios del  siglo XX  y con la irrupción de las teorías de  Darwin,  la eugenesia y la eutanasia son temas que comienzan a debatirse en numerosos países europeos y  así se constituyen sociedades para la eutanasia y se promulgan informes para una legalización de la eutanasia activa. En estas discusiones toman parte principalmente médicos, filósofos y teólogos.
     Durante la primera guerra mundial  la escasez económica sustenta la matanza de lisiados y enfermos mentales. La realidad de los programas de eutanasia ha estado en contraposición con los ideales con el que se defiende su implementación. Así, los médicos nazi hacían propaganda en favor de la eutanasia con argumentos tales como la indignidad de ciertas vidas, que  según su concepción eran merecedoras de compasión.  El objetivo era conseguir  una opinión pública favorable a la eliminación que se estaba haciendo de enfermos, considerados minusválidos y débiles, de acuerdo al programa Aktion T-4. Por eso, en los Juicios de Núremberg (1946 – 1947),  ante la realidad de los crímenes médicos durante el régimen nazi, se juzgó como criminal  toda forma de eutanasia activa y además se estableció de manera positiva, es decir expresamente, que es ilegal todo tipo de terapia y examen médico llevado a cabo sin aclaración y consentimiento o en contra de la voluntad de los pacientes afectados.
     En la actualidad, se sostienen diferentes posiciones sobre la eutanasia, las cuales son variadas según las prácticas médicas y las legalidades en los diversos países del mundo. Ya sea se acepte o no la eutanasia, en general, los profesionales de la salud en hospitales, clínicas y centros de salud, trabajan por la humanización en el trato con los moribundos y quieren contribuir a superar la distancia entre la vida, la muerte y las prácticas médicas.
     El mundo contemporáneo, consecuencia de las mayores expectativas de vida de la población y por ende, de la aparición de enfermedades degenerativas y tumorales, antes no existentes, hace surgir en torno al paciente terminal la posibilidad de la muerte a demanda, siendo una situación ética y moral que se plantean con  frecuencia creciente en la sociedad contemporánea occidental.
     Los argumentos a favor y en contra de la eutanasia se dividen en tres grupos: el consenso, la dignidad de la persona humana y la autonomía personal.
a)    El consenso: Se  basa en la legitimización del procedimiento a través de la aprobación por la mayoría. Para los contrarios a la eutanasia,  ninguna votación parlamentaria  modificará la  realidad del hombre, ni la verdad sobre el trato que le corresponde como ser humano. Sostienen que es un error de quienes asumen equivocadamente el principio legislativo como la única fuente de verdad y de bien, dejando la vida humana a merced del número de votos emitidos por una Cámara Legislativa. Las legislaciones sobre el aborto, la clonación humana, la fecundación extracorpórea, la experimentación embrionaria, la eutanasia y otras, son consecuencia de la aplicación del principio de las mayorías y no de los derechos humanos que cada hombre posee por su condición de tal por lo que carecerían de fundamentación ética y moral.  Declaran que los derechos humanos  no se basan  en el consenso social, ya que los derechos los posee cada persona, por su condición de ser humano. No son otorgados  por la sociedad, ni por los partidos políticos, aunque éstos debieran siempre reconocerlos y defenderlos. 
b)    La dignidad de la persona humana:   La dignidad nace de la persona, no es un regalo de la sociedad ni del entorno. Es algo intrínseco a ella y no definido por las circunstancias externas: el ser humano siempre, en todo caso y situación es excepcional e irrenunciablemente digno por sí mismo.  El nacer y el morir son sólo hechos. No pueden ser tenidos como dignos o indignos según las circunstancias en que acontezcan.
c)    La autonomía personal:   El principio de autonomía forma parte de los fundamentos de la bioética. Subraya la libertad del individuo de decidir frente a las propuestas del entorno. No anula la responsabilidad inherente a dichas decisiones. Los detractores de la eutanasia afirman que no es un absoluto en sí mismo; carece de sentido sin las referencias de los demás principios de la bioética y del resto de la comunidad. Es abiertamente contradictorio invocarlo de forma aislada y a fin de obtener el respaldo mayoritario de la sociedad a una acción radicalmente antisocial. El apoyo a   conductas marginales, drogadicción, al suicidio asistido o a la eutanasia, invierte el genuino sentido de la solidaridad, que correctamente entendida, no consiste sino en un compromiso radical en el alivio del paciente. Ninguna vida humana es dispensable o indigna de ser vivida. El hombre, siendo una totalidad en sí mismo, es a la vez social por naturaleza. Nace, independientemente de su voluntad, inserto en un momento histórico determinado, y asimila a lo largo de su vida la cultura de la sociedad que le rodea, que a su vez contribuye a enriquecer. Vive en interacción dinámica con su entorno natural y social, sin el cual la supervivencia sería imposible. Agregan que por todo ello, el rechazo frontal a la vida no sólo es contrario a la naturaleza de la condición humana, sino también a la sociedad en la que vive.  Además, la persona que sufre tiene derecho a esperar de la sociedad  el soporte necesario para mitigar su padecimiento físico o moral.   
          El acto médico se basa en una relación de confianza donde el paciente confía al médico el cuidado de su salud, aspecto primordial de su vida, de sí mismo. En la relación entre ambos no puede mediar el pacto de una muerte intencionada.  Las difíciles circunstancias que provocan algunas enfermedades  pueden ser causa de una posición personal a favor de la eutanasia. Pero los casos dramáticos no generan leyes socialmente justas, por las dificultades que estos mismos implican. La aceptación del acto de matar intencionadamente a un paciente como solución para un problema abre el camino a otros problemas para los cuales matar sea la solución. La eutanasia no resuelve los problemas del enfermo, sino que destruye a la persona que tiene los problemas.
      De los tres grupos expuestos anteriormente,  se deduce que  el concepto  de “dignidad humana” se invoca tanto para defender la eutanasia como para rechazarla. Evidentemente, tras este uso tan disímil del término “dignidad humana” subyacen distintas concepciones del ser humano, del conjunto de los derechos humanos, de la libertad y de la ciencia médica. Así, para los defensores de la eutanasia, la dignidad humana del enfermo consistiría, en determinadas circunstancias, el derecho a elegir libremente el momento de la propia muerte; para sus detractores, la dignidad humana obliga a oponerse a la eutanasia, por considerarlo una arbitrariedad humana frente a un problema moral, ya sea se fundamente en la religión o en principios laicos, porque la elección de la muerte es una decisión exclusivamente divina.
Para mí lo correcto es que los enfermos terminales han de recibir siempre los medios terapéuticos ordinarios, pudiendo, según los casos, omitirse los extraordinarios. La frontera entre medios ordinarios y extraordinarios no es algo nítido  y perfectamente delimitado, dependiendo en cada caso de múltiples circunstancias. El límite de atención que no puede ser sobrepasado sin atentar directamente contra la vida, es el de la cobertura de las necesidades vitales mínimas, fundamentalmente alimentación e hidratación, así como transfusiones y medicación de uso común.
     El verdadero respeto a los derechos del paciente pasa por hacerlo partícipe de las decisiones sobre su cuidado, aunque éstas tengan que pasar por una información desagradable.
     Un  imperativo ético es la humanización de la muerte. Ayudar al enfermo a vivir lo mejor posible el último periodo de su vida. Es fundamental expresar el apoyo, mejorar el trato y los cuidados, y mantener el compromiso de no abandonarle, tanto por parte del médico, como por los cuidadores, los familiares  y también del entorno social.
        Finalmente se podría citar a Aristóteles quien expresaba: “La Ciencia sin Conciencia es la ruina del Alma”. Se podría agregar que  la Ética es la conciencia de la ciencia.
     Desde el punto de vista de la investigación científica, se parte de  la base que nada debe limitar los caminos hacia el saber y la verdad, lo que hace surgir una serie de problemas éticos relativos a la responsabilidad en cuanto a lo que se hace.
        De allí que,  particularmente en las Ciencias de la Salud,  la Ética adquiere especial importancia en la investigación clínica.
        Así la Bioética establece que la vida humana  es intocable excepto para mejorarla de algún trastorno previo y espontaneo. También señala que la vida de  los embriones humanos es tan sagrada como la de un adulto.
      De ese modo la Ética se transforma en el custodio de la vida humana, surgiendo espontáneamente para limitar  los excesos del querer, del saber y del poder que atenten contra el propio hombre.  La Ética es  una luz de esperanza  para aquellos seres indefensos  contra  la ambición del hombre, frenándolo en su lucha contra la inclinación a su afán desmedido de egoísmo,  de crueldad y de poder.
     Pero la Ética no puede oponerse  al deseo de verdad intrínsico a la Ciencia. Por ejemplo, la ética no puede oponerse, al descubrimiento y estudios de genes que modifiquen la alteración de la mutación del gen CFTR ( gen regulador de la conductancia transmembrana de la fibrosis quística), responsable de esta  enfermedad irremediablemente mortal, argumentado que la ingienería  genética no puede modificar el genoma humano porque ello encerraría el peligro que se quieran utilizar los conocimientos de la ingienería genética para dañar o dominar  a otros hombres, v.gr.,   creando humanos más fuertes y aguerridos adecuados para el ejército de un país  determinado;  en cambio, si puede hacerlo con las políticas de aquellos  que quieran utilizar los conocimientos de la ingienería genética con estos fines.
    Por ello, Ciencia y ética debieran estar siempre unidas,  con una mirada  al futuro, basadas en la dignidad del ser humano y en el progreso de la humanidad.